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El Menosprecio

Todos, quizás, hemos sufrido el menosprecio de alguien más. En el contexto de la familia, el trabajo o el ministerio, el menosprecio ajeno o propio representa una de las actitudes más difíciles de soportar para cualquier persona.

La historia está llena de hombres y mujeres menospreciados por su apariencia física o su capacidad intelectual, no obstante, con el tiempo estas personas menospreciadas se convirtieron en ejemplo de superación y en algunos casos cambiaron el curso de la historia universal. Ejemplos como los de Napoleón, Beethoven y Thomas Alba Edison, por nombrar sólo algunos, dan cuenta de ello.

La Biblia por supuesto, no es la excepción al incluir personajes relegados, menospreciados o tenidos en poco. En esta ocasión, quisiera abordar el caso de David cuando aún era un pastor de ovejas. En su época, cuidar ovejas se trataba del oficio menos honroso en Israel, de modo que probablemente se pueda comparar con destapar coladeras o lavar baños el día de hoy. Esto no significa que estos últimos oficios sean degradantes o menospreciables desde mi perspectiva personal, puesto que son labores necesarias en la sociedad y al igual que cualquier trabajo honesto, dignifican al hombre. Sin embargo, creo que estaremos de acuerdo en que nadie -o casi nadie- sueña o tiene como máxima aspiración en la vida realizar estas actividades.

Una vez aclarado el punto, mientras David se encontraba en el anonimato arriesgando su vida cuidando unas pocas ovejas en el desierto (1 Samuel 17:28 y 17:34-35), Dios había permitido que se levantara un Rey en Israel conforme al corazón de la gente que lo pidió. Por supuesto, estamos hablando de Saúl. De él se dice que era favorecido y hermoso a tal grado que no había alguien más apuesto que él en todo el país, incluso se menciona que sobrepasaba hombros arriba a cualquiera del pueblo (1 Samuel 9:2). Como podrás ver, se trataba del galán que acaparaba las portadas de las revistas de la época, el hombre que estaba en boca de toda mujer, el candidato que cualquier país elegiría como dirigente nacional.

Sin embargo, el tiempo pasó y las debilidades en el carácter de este hombre se hicieron patentes: resultó ser cobarde (1 Samuel 10:22), celoso (1 Samuel 18:8-9), desobediente a la voz de Dios (1 Samuel 13:13) e incluso terminó consultando a una médium en lugar del Señor (1 Samuel 28:7-8). Lo que él no sabía -NADIE sabía de hecho- es que, tras bambalinas, Dios estaba preparando el corazón de un joven, quizás adolescente, que se encontraba realizando el oficio menos sobresaliente de su sociedad. Una persona de quien se piensa fue producto de fornicación o adulterio (Salmos 51:5), rechazada por su núcleo familiar (1 Samuel 16:11), poco conocida por el pueblo, pero bien conocida por Dios.

No obstante, a la larga, tras un arduo proceso que incluyó menosprecio, soledad, quebranto, dolor, desánimo y muchas lágrimas, su corazón fue transformado en uno conforme al de Dios (Hechos 13:22) -de nadie más se dice esto textualmente en la Biblia-, llegó a fungir como sacerdote para el pueblo al portar el efod de lino (2 Samuel 6:14), como profeta anunció detalles sorprendentes acerca de la vida de Jesús (Salmos 22) y como Rey de la nación logró avances económicos y militares nunca antes vistos en Israel. Por lo pronto, voy a destacar que aprendió a no cometer los mismos errores que su antecesor Saúl.

Mientras que Saúl era un cobarde que prefería enviar soldados a pelear batallas que le correspondían librar -técnicamente era él quien debía enfrentar a Goliath y no David-, David enfrentó durante 40 años invasiones militares de potencias extranjeras que amenazaban con la integridad del reino (2 Samuel 8). En todo ese tiempo, David enfrentó todas las batallas necesarias y nunca sufrió una derrota (2 Samuel 8:14).

En primer lugar, Saúl demostró ser celoso (1 Samuel 18:8) y estar enfermo de poder al atentar contra David en diversas ocasiones (1 Samuel 18:10-11), por temor a perder el reino. En contraste, cuando llegó el momento de concluir el reinado de David, este le preparó todo lo necesario a su hijo Salomón para la transición política (1 Crónicas 28). Incluso cuando Absalón se sublevó y organizó una guerra civil -a consecuencia del pecado de adulterio con Betsabé-, David abandonó discretamente el trono, pues el reino nunca fue su tesoro.

Saúl fue desobediente a Dios al perdonar la vida del Rey de Amalec y lo mejor del ganado de esta nación. Por el contrario, vemos que David obedeció a Dios cuando se le ordenó que no construyera el templo de Israel sino que lo hiciera Salomón su hijo. Es sorprendente ver el corazón de adorador de David cuando dispone lo mejor de sus tesoros personales para el nuevo templo y aún le deja el diseño por escrito a Salomón conforme al modelo que le fue mostrado desde el cielo.

Saúl en su desesperación, se atrevió a consultar a una médium, invocando el espíritu del profeta Samuel para tomar una decisión respecto a la invasión de los filisteos en el país. Como consecuencia de su desobediencia y su necio corazón, Dios se había rehusado responderle por sueños, Urim o profetas. Pero vemos que en la vida de David, Dios jamás guardó silencio, siempre se mantuvo hablando al pueblo de Israel de diversas maneras y aún en medio de conflictos que ponían en riesgo la seguridad nacional, Dios respaldaba con grandes victorias a David.

Por si fuera poco, David, que nació en la tribu de Judá, no calificaba como candidato al reinado de Israel dado que este privilegio sólo correspondía a los descendientes de la tribu de Benjamín. Tampoco calificaba como sacerdote puesto que esto correspondía a la tribu de Leví, ni calificaba como profeta ya que para esto debía ser formado por hombres como Samuel. A pesar de todo ello, fungió como Rey, profeta y sacerdote.

¡Y pensar que era el menospreciado de su familia! ¡David no era más que el patito feo de su aldea natal Belén! Saúl había llevado una vida totalmente contraria a la de David. Uno gozaba de popularidad, el otro batallaba con la soledad. Uno disfrutaba las comodidades de un palacio mientras que otro aprendía a sobrevivir en la intemperie del clima extremo de un desierto. Y así como fueron muy distintas sus realidades al inicio, terminó siendo muy distinto su destino. ¿Qué marcó la diferencia entre ambos? Justamente el proceso de Dios.

El menosprecio es permitido por Dios para enseñarnos que no debemos cometer el mismo error. David lo aprendió muy bien y siempre honró a todas aquellas personas que le acompañaron en su trayectoria personal, política y militar: honró a su padre y hermanos al preservar sus vidas con el rey de Moab, honró la memoria de Saúl y honró a sus valientes de batalla.

El proceso de Dios con David incluyó el menosprecio, porque Dios sabía que llegaría el día en que David dejaría de ser un humilde pastor de ovejas para tomar la posición de mayor privilegio y honra de su nación… misma que Saúl menospreció. Dios sabía que tarde o temprano David tendría una relación íntima con Él… que Saúl también menospreció.

Así como David terminó asumiendo el cargo y la relación con Dios que Saúl desdeñó, Dios te dará mayor nivel de honra, gloria y autoridad que alguien más poseyó, pero no valoró. No te preocupes: el menosprecio que vives hoy es parte del proceso para ser engrandecido mañana.


Y el SEÑOR dijo a Samuel: ¿Hasta cuándo te lamentarás por Saúl, después que yo lo he desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ve; te enviaré a Isaí, el de Belén, porque de entre sus hijos he escogido un rey para mí. (1 Samuel 16:1).

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