Siguiendo con la recomendación de los libros, esta obra de Max Lucado no puedes dejar pasar la oportunidad de leerlo. Cuando lo leí, varias lágrimas corrieron por mis mejillas.
Para muestra, les dejo un fragmento de su contenido. En él se narra la conocida historia de la mujer adúltera, sorprendida en el mismo acto. Antes de leer las siguientes líneas, te sugiero que revises la historia completa en Juan 8. ¡Súper recomendado!
Para muestra, les dejo un fragmento de su contenido. En él se narra la conocida historia de la mujer adúltera, sorprendida en el mismo acto. Antes de leer las siguientes líneas, te sugiero que revises la historia completa en Juan 8. ¡Súper recomendado!
La mujer no tenía salida, ¿Negar
la acusación? La habían atrapado. ¿Pedir clemencia? ¿De quién? ¿De Dios? Los
interlocutores de Jesús estaban agarrando piedras y haciendo muecas. Nadie la
defendería.
Pero alguien se inclinó por ella.
“Jesús, inclinado hacia el suelo,
escribía en tierra con el dedo”(v. 6). Habríamos esperado que se pusiera de
pie, que diera un paso adelante, o incluso que subiera por una escalinata y
hablara. Pero en vez de eso se inclinó. Descendió más abajo que todos los
demás: los sacerdotes y el pueblo, y hasta la misma mujer. Los acusadores
bajaron la mirada sobre ella. Para ver a Jesús, debieron mirar aún más abajo.
Él tiene la tendencia a
inclinarse. Se agachó para lavar los pies, para abrazar a niños. Se inclinó
para sacar a Pedro del agua, y para orar en el huerto. Se inclinó ante el
madero romano contra el que lo flagelaron. Se agachó para cargar la cruz. La
gracia tiene que ver con un Dios que se inclina. Aquí se inclinó para escribir
en la tierra.
¿Recuerda la primera ocasión en
que los dedos de Jesús tocaron suciedad? Tomó tierra del suelo y formó a Adán.
Ahora, mientras tocaba la tierra cocida por el sol al lado de la mujer de la historia,
Jesús podría haber revivido el momento de la creación, recordándose de dónde
venimos. Los seres humanos terrenales somos propensos a hacer cosas terrenales.
Tal vez Jesús escribió en el suelo para su propio beneficio.
¿O para el de ella? ¿Para que los
ojos abiertos se desviaran de la mujer ligera de ropas y recién atrapada que se
hallaba en el centro del círculo?
El Maestro se irguió por completo
hasta que los hombros le quedaron derechos y la cabeza elevada. Se irguió, no
para predicar, porque sus palabras serían pocas. No por mucho tiempo, porque
pronto volvería a agacharse. No para instruir a sus seguidores, pues no se
dirigía a ellos. Se inclinó a favor de la mujer. Se colocó entre ella y la turba
enardecida: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en
tierra” (vv. 7-8).
Quienes insultaban cerraron la
boca. Las piedras fueron cayendo al suelo. Jesús volvió a garabatear. “Ellos, al
oír esto, acusados por sus conciencias, salieron uno a uno, comenzando desde
los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba
en medio”. (v. 9).
¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo:
Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete y no peques más.
Juan 8:10-11.
A los pocos minutos el patio
quedó vacío. Jesús, la mujer, los acusadores… todos salieron. Pero quedémonos
nosotros. Miremos las piedras en el suelo, abandonadas y sin haber sido usadas.
Y veamos los garabatos en la tierra. Este es el único sermón que Jesús
escribiera alguna vez. Aunque no conocemos las palabras, me estoy preguntando
si se parecían a estas:
Aquí obró la gracia
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