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Desintoxicando a la Iglesia

La ciudad de Prípiat se construyó en febrero de 1970 para albergar uno de los proyectos más ambiciosos de la Unión Soviética. La intención era edificar en ella la planta nuclear más grande del mundo, la cual brindaría de electricidad a gran parte de aquel imperio, además de incentivar su desarrollo tecnológico. 

Poco tardaron en alcanzar los cincuenta mil habitantes, construir edificios enormes, plazas y diferentes atractivos. La ciudad estaba llena de científicos y la vida transcurría de maravilla hasta que, en abril de 1986, uno de los reactores nucleares explotó. El nivel de radiación permisible fue superado hasta 600 mil veces, de modo que la zona se tornó incompatible con la vida. Muchas personas murieron y quienes sobrevivieron, fueron evacuados. Los animales domésticos y salvajes fueron sacrificados para evitar que la contaminación radioactiva se diseminara. Lo que comenzó como un proyecto que favorecería el lugar donde se implantó, terminó como un símbolo de tragedia para toda la humanidad. Seguramente has oído acerca de esta planta: se llamaba Chernóbil. 

La Biblia relata la historia de una persona que vivía en un lugar intoxicado, una ciudad llamada Sicar, cuyo nombre significa lugar tóxico o lugar de intoxicación. La protagonista de la historia se conoce como la mujer samaritana. 

“Salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber”. Juan 4:3-7 (RVR 1960). 

Jesús iba de camino de Judea a Galilea, cuando pasó a Samaria por necesidad. Cualquier judío “respetable” de la época hubiera rodeado la tierra de Samaria para no contaminar sus pies con el polvo de ese lugar. La razón por la que los judíos menospreciaban a los samaritanos es, entre otras cosas, por los antepasados de estos últimos. 

Cuando Asiria invadió el reino de Israel, en la época del rey Jeroboam, el lugar fue habitado por personas de Babilonia, de Cuta, Ava, Hamat y de Sefarvaim (1 Reyes 17:24). Junto con ellos, llegó a esta tierra el paganismo de los extranjeros. Dios castigó a estas personas enviando leones contra ellas, por lo que el rey de los asirios ordenó que un sacerdote de Jehová enseñara a esa gente la adoración a nuestro Dios. El resultado fue que estas personas temieron a Jehová, pero honraban a sus dioses, según la costumbre de las naciones de donde habían sido trasladados (1 Reyes 17:33). Así temieron a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta hoy”. 1 Reyes 17:41. En síntesis, este es el origen del pueblo samaritano. 

Sin embargo, no todos los antecedentes de Samaria son negativos. Existen muchos aspectos positivos que destacar de esta tierra. Por ejemplo, en Samaria: 

1) Se encuentra la ciudad de Betel, el sitio donde Dios se encontró cara a cara con Jacob (Génesis 28:19). 

2) Se encuentra el monte Carmelo donde Elías confrontó a los falsos profetas de asera y baal (1 Reyes 18:20-40). 

3) Elías hizo descender fuego del cielo para confrontar el poder del rey Ocozías. (2 Reyes 1:3, 14). 

4) Eliseo fue usado por Dios en uno de los milagros de provisión más sorprendentes del Antiguo Testamento. (2 Reyes 7:1). 

De acuerdo con John MacArthur, el sitio específico donde Jesús se encontró con la mujer samaritana fue el primer lugar que habitó un israelita en la tierra prometida. Jacob lo compró para instalar su tienda en la tierra de Canaán (Génesis 33:18-19) y ahí erigió un altar al que llamó “El-Elohe-Israel”, que significa “el Dios de Israel”. Posteriormente, este lugar fue cedido a José y ahí depositaron sus huesos cuando el pueblo de Israel salió de Egipto (Génesis 50:24-26, Éxodo 13:19). 

En resumen, Samaria era un epicentro de la gloria de Dios. Era una tierra de encuentros con el Señor, de fuego y de provisión sobrenatural. Sin embargo, Sicar significa lugar tóxico o de intoxicación. La evidencia de la toxicidad de Sicar, radica en que la mujer samaritana tenía 5 maridos, y el hombre con el que vivía no estaba casado con ella. ¿Qué ocurrió en el transcurso del tiempo que alteró el destino de Samaria? ¿Por qué lo que comenzó siendo un lugar lleno de la presencia y de la gloria de Dios, terminó siendo llamado un lugar tóxico? 

La respuesta parece demasiado obvia puesto que la gente estaba contaminada con el paganismo de los extranjeros. Es muy fácil culpar a otros por la contaminación de nuestras vidas. Algo, sin duda, sucedía en el interior del corazón de los samaritanos que los orilló a ser tóxicos. Encuentro tres respuestas posibles. 

Las razones de la toxicidad 

1) Los samaritanos hicieron monumentos a los “avivamientos” del pasado. Samaria era conocida por la gloria de Dios en ella. Personajes como Jacob, José, Elías y Eliseo escribieron pasajes importantes de su historia con Dios en ese lugar. Tal parece que los samaritanos se fueron a dormir en la noche pensando que eran el centro del mover de Dios en la tierra, sin darse cuenta que al amanecer ya no era así. En los versículos 11 y 12 del capítulo 4 de Juan se observa: 

“La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro Padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?”. 

Tal parece que la mujer samaritana da mucha importancia a los sucesos del pasado. El pozo que se menciona, representó el medio por el cual Jacob y su familia sobrevivieron a las difíciles condiciones naturales del lugar. Gracias a que había un pozo del cual beber, Israel salió adelante. Sin el pozo, Israel no habría sobrevivido ni Jacob, Elías y Eliseo hubieran tenido experiencias con Dios. Así que, sin duda, el pozo era un lugar muy significativo en la historia de los samaritanos. Pero tal parece que hicieron del pozo un monumento al mover de Dios en el pasado. 

No hay nada malo en hacer “monumentos” de los lugares y momentos en los que tuvimos encuentros con Dios. Pero es peligroso hacerlo sin buscar nuevas experiencias con Él. Los samaritanos cayeron en el error de pensar que sus experiencias en el pasado eran razón suficiente para que Dios siguiera moviéndose en el presente. Pero el Señor no actúa así. El Señor nos exhorta a buscarle continuamente para renovar nuestras vivencias con Él. 

2) Los samaritanos tenían ídolos en el corazón. Cuando la mujer preguntó a Jesús si era más grande que su padre Jacob, deja ver que los samaritanos le daban demasiada importancia a la memoria del patriarca. Jacob era un estafador. Eso significa su nombre, literalmente. Sin restar importancia al hecho que Esaú menospreció la bendición de la primogenitura al venderla por un plato de lentejas, Jacob usurpó la identidad de su hermano y engañó a su padre Isaac para obtenerla. El Señor trató con lo profundo de su corazón para convertirlo en el objeto de Su bendición. En otras palabras, Jacob no es más que un receptor de la gracia divina, tal como lo somos usted y yo. 

No tenemos evidencia de que la mujer samaritana adorara ídolos de madera o piedra. Pero el texto bíblico sugiere que esos ídolos estaban en lo profundo de su corazón. La narración apunta que adoraban sus estructuras y costumbres aprendidas a lo largo del tiempo. Y los elementos que encabezaban la lista eran el monte Gerizim y el patriarca Jacob. 

Del mismo modo, la iglesia de Cristo contemporánea tiene sus propias estructuras y personajes, los cuales adora más que a su Salvador. Es fácil caer en la trampa de adorar nuestros mega templos y los logros materiales que por la gracia del Señor hemos adquirido. Sabemos que hemos hecho del templo un ídolo cuando solamente podemos adorar allí. La adoración no cuestión de lugares, sino de corazones. Y los actos que involucran más a nuestro corazón, demandan intimidad. En este tiempo de confinamiento, Dios está desintoxicando Su iglesia, devolviéndola a su sitio de encuentro íntimo con Él.

Por si fuera poco, Dios también está tratando con los ídolos que hemos hecho de personajes humanos. Por alguna razón, la iglesia ha idolatrado a gente que Dios ha hecho brillar en el ministerio. Esto incluye apóstoles, profetas, maestros, evangelistas y pastores. Este fenómeno no es nuevo. Pablo escribió a los corintios que “nadie se jacte en los hombres, porque todo es vuestro: ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte o lo presente, o lo por venir, todo es vuestro; y ustedes de Cristo, y Cristo de Dios”. (1 Corintios 3:21-23, LBLA). Parafraseando estos versículos, no le pertenecemos a tal o cual ministerio u organización. No somos de Carlos, Guillermo, Claudio, Dante o Ricardo. Todos pertenecemos sin excepción a Cristo. Él es el Autor y Consumador de nuestra fe. Él es nuestro único Señor. 

3) Los samaritanos tenían conocimiento de la Palabra sin revelación. Un dato curioso de la mujer samaritana es que no era una persona ignorante. Su conversación con Jesús incluyó temas como: 

· Profecía: “La mujer le dijo: Señor, me parece que tú eres profeta”. Juan 4:19 (LBLA). 

· La adoración desde diferentes puntos de vista doctrinales: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar”. Juan 4:20 (LBLA). 

· Salvación: “La mujer le dijo: Sé que el Mesías viene (el que es llamado Cristo); cuando El venga nos declarará todo”. Juan 4:25 (LBLA). 

Esta mujer sostuvo una plática teológica de alto nivel con Dios. Interesante, ¿no? No obstante, a pesar del amplio conocimiento que poseía, no había revelación en su vida. Lo sabemos porque no había cambios en su vida. Llevaba una vida de adulterio como cualquier persona pagana, aunque era conocedora de la Palabra (el pentateuco y las palabras de los profetas en aquel tiempo). La razón por la cual carecía de revelación es porque había deficiencias en su adoración. 

La adoración y la revelación van de la mano. Siempre. Sin excepción. El problema de la samaritana era que condicionaba su adoración a un sitio geográfico específico, mientras que, para la verdadera adoración, el lugar es lo menos importante. La disposición de nuestro espíritu y nuestra rendición es lo que más interesa a Dios. 

Al igual que la samaritana, una buena parte de la iglesia de hoy ha caído en el error de prepararse para platicar una hora sobre teología, pero ser incapaz de sostener cinco minutos de adoración. No estoy sugiriendo que la teología es tóxica. Estoy diciendo que la falta de adoración es la verdadera toxicidad. El exceso de teología, sin adoración genuina y sin revelación, condiciona que las personas se intoxiquen. Como ejemplo, tenemos la vida de los fariseos y del más arduo de ellos: Saulo de Tarso. 

También existe la contraparte en la que las personas cometen el error de adorar mucho y escudriñar las Escrituras poco. El conocimiento en exceso sin adoración produce gente religiosa, mientras que mucha adoración sin fundamentos teológicos sólidos suele producir gente mística. Cualquiera de las dos situaciones implica toxicidad para la iglesia. 

Afortunadamente, Jesús se reveló directamente a la samaritana… Y la cambió para siempre. No pasó mucho tiempo entre que abrazó la revelación de la divinidad de Jesús y experimentó una transformación radical que la convirtió en evangelista. Para abordar a profundidad este punto, pasaremos a la siguiente parte. 

¿Y ahora qué? ¿Cuál es el detox de la iglesia? 

“La mujer le dijo*: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed ni venga hasta aquí a sacarla. El le dijo: Ve, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: No tengo marido. Jesús le dijo*: Bien has dicho: "No tengo marido", porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. Juan 4:15-18 (LBLA). 

El detox que la iglesia necesita es el agua de vida que Jesús le mencionó a la samaritana. El agua es una figura de la palabra de Dios. Al igual que el agua natural tiene tres estados (gaseoso, líquido, sólido), el agua espiritual se manifiesta en 3 estados: 

· Gaseoso. El agua sube al cielo en forma de vapor. Esta figura representa la adoración que se eleva desde la tierra. Cuando adoramos a Dios, orando, cantando e intercediendo la Palabra, el cielo no tiene oídos sordos. 

· Líquido. El agua que subió al cielo en forma de adoración, desciende a la tierra en forma de lluvia que representa la revelación. Cuando Jesús le dijo a la samaritana que le diera de beber (Juan 4:7), estaba pidiéndole que lo adorara. La exclamación de Jesús en la cruz: “tengo sed”, esconde una verdad profética. Lo hizo porque en aquella ocasión, el cielo dejó de adorarlo. La razón por la que el cielo detuvo su adoración es que, en ese momento, Él estaba cargando el pecado del mundo en el calvario. Literalmente se hizo pecado por nosotros… Y en el cielo no se puede adorar al pecado. 

· Sólido. Las aguas en estado sólido representan a Cristo contenido en Su Palabra. En Juan 7:37-38, dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Cristo es el Verbo de Vida. Él es la Palabra en acción. En cada fragmento de la Escritura Él se revela a cualquiera que desee conocerlo. Los ríos de agua viva tipifican Su revelación. Para “descongelar” la Palabra y obtener la revelación de Jesús, necesitamos el fuego del Espíritu Santo. 

Para terminar, quiero resaltar un detalle que aparece al inicio de la historia de la mujer samaritana, pero que he dejado intencionalmente para el final: Jesús salió a su encuentro cuando “salió de Judea y partió otra vez para Galilea” (Juan 4:3, LBLA). Visto de otro modo, el episodio de Jesús ocurrió cuando iba de regreso a Galilea, tal como se encuentra en este momento hacia la tierra. Decir que Él vendrá de nuevo a la tierra es poco; yo me atrevería a decir que Él ya está en camino. Por esta razón, hoy más que nunca, los miembros de Su iglesia necesitamos volvernos con todo nuestro corazón a Su Palabra y a la adoración. 

Vivimos una de las épocas más difíciles de las que se tenga memoria en fechas recientes. Nuestros templos han sido cerrados, no tenemos el mismo contacto con nuestros líderes y pastores, nuestros esquemas religiosos han sido quebrantados. Pero no todo son malas noticias: Al igual que ocurrió con la samaritana, Jesús nos está esperando en nuestro propio pozo. Este confinamiento es un tiempo de desintoxicación para Su iglesia. Él nos está atrayendo para revelarse a nuestro corazón. 

Es curioso que la mujer Samaritana llamara a Jesús Señor, antes que llamarlo profeta (Juan 4:19). Estoy convencido que sucedió así porque Él mismo abrió su corazón. Jesús sabía que encontraría una mujer con el espíritu dispuesto para ser renovado, a pesar de su propia intoxicación. También estoy seguro que esa es la condición de la iglesia a la cual le hablo. Así que ¡anímese! No todo está perdido. Dentro de su casa, salga de la comodidad en la que vive y busque a Jesús. En Él hay abundante gracia y perdón. El mismo que nos rescató del pecado y de la muerte en la cruz, nos rescatará aun de nosotros mismos en esta hora tan oscura. 

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